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Opinión Ser influencer no es solo asunto de popularidad, es responsabilidad en las palabras

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July 8, 2021 at 6:27 p.m. EDT
Yoseline Hoffman, youtuber e influencer mexicana, mejor conocida como YosStop, fue detenida e imputada del delito de portación de pornografía infantil en la Ciudad de México.
Yoseline Hoffman, youtuber e influencer mexicana, mejor conocida como YosStop, fue detenida e imputada del delito de portación de pornografía infantil en Ciudad de México. (Captura de pantalla de canal de YouTube de YosStop)

Fernando Bustos Gorozpe es académico en la Universidad Anáhuac Norte y Sur y también en la Universidad de la Comunicación en México. Es doctorante en Filosofía por la Universidad Iberoamericana.

El 29 de junio la youtuber mexicana Yoseline Hoffman, mejor conocida como YosStop, fue detenida por pornografía infantil y días más tarde vinculada a proceso. En 2018, la influencer subió a su canal de YouTube un video titulado “Patética generación” (que tiempo después borraría), donde de forma confrontativa y burlona describió un video de agresión sexual hacia una adolescente de 16 años de edad. Hoffman adjetivó a la adolescente como “puta” y creó una conversación pública sobre esto. La polémica generó views y esto un inmediato reconocimiento. Hay, no solo en ella, una falta de entendimiento sobre los alcances de la libertad de expresión y también una falsa ilusión de que lo que se dice en internet no genera repercusiones reales.

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Su detención se vino a sumar a diferentes conversaciones sobre influencers en México, como el reciente escándalo de los influencers que en tiempo de veda electoral promocionaron al Partido Verde, el escándalo de Bárbara de Regil y su proteína, el papel que jugó Mariana Rodríguez en la candidatura de su esposo para gobernador de Nuevo León, las acusaciones que se le hicieran a Ricardo Ponce por presunto abuso sexual en los talleres que imparte, y por supuesto a la detención del youtuber Rix, por el delito de tentativa de violación. Quizá sea momento de hablar con mayor seriedad sobre los influencers, sobre esas figuras que, sin ser verdaderamente expertos en las materias de las que hablan, han alcanzado la capacidad de influir sin tampoco conocer sus propios límites ni responsabilidades. Su falta de pericia, sensibilidad y educación en diferentes temas, es cada vez más evidente. Si bien dependen de las pantallas, son estas mismas las que han terminado por evidenciarlos.

Los influencers son figuras que aparecieron al interior de la sociedad del espectáculo. Y hasta ahora su función principal es entretener más que educar. Su autoridad es una que aparece a razón del número de seguidores más que por la experiencia en la materia, y el conocimiento que propagan, aunque sea por testimonio, es uno que se aleja del escolar y académico. Sobre esto recién habló hace unas semanas el académico Barret Swanson en su artículo de Harper’s Bazar, “La ansiedad de los influencers”, en la que nos cuenta cómo fue vivir varios días en una Clubhouse de tiktokers adolescentes donde incluso varios han dejado la escuela con tal de dedicarse a tiempo completo a generar contenido para la plataforma. Y si bien no es necesaria una formación académica para lograr ciertos planteamientos, no es lo mismo opinar sobre una línea de cosméticos o unos jeans, que emitir un juicio sobre una violación. Se opera sin ningún tipo de reflexión crítica frente a lo que comunican en las pantallas a sus audiencias. No hay una dimensión ética y, amparados en la libertad de expresión, creen que repetir discursos violentos, racistas, homófobos y clasistas no generan responsabilidad porque es solo una opinión. Como si la violencia fuera únicamente física y no se pudiera ejercer mediante el lenguaje.

Lo sucedido con Yoseline Hoffman, y la investigación en proceso hacia los influencers que promocionaron al Partido Verde, debería de ser un llamado de atención no solo a los influencers sino a la comunidad que habita en redes sociales, a entender y analizar mejor esos escenarios virtuales donde nos performamos sí a través de la imagen, pero también de la palabra. El poder que tienen estas figuras es uno que viene a partir del like y del follow, y la responsabilidad es compartida. No se trata únicamente de que los influencers sean capaces de reproducir discursos violentos a cualquier nivel, sino también del porqué hay gente que decide apoyarlos y continúa siguiéndolos a pesar de lo que expresan o de sus acciones. Por ejemplo, Ricardo Ponce luego de las acusaciones en su contra, ganó followers. Y lejos de ser un caso aislado cada que algún influencer comete una falta, ya sea YosStop, Luisito Comunica o Juanpa Zurita, siempre aparecen cientos de seguidores a ampararlos, ¿cuáles son los límites y por qué no se comprende la complejidad del asunto?

Los influencers son conscientes del poder que tienen, pero lo piensan principalmente desde un factor publicitario y no desde uno humano. Reconocen la capacidad que tienen para anunciar productos y convencer a su audiencia de probarlos (y por esto cobran por las menciones) pero se eximen a sí mismos de cualquier responsabilidad cuando ejercen comentarios de salud, políticos o sociales, cuando todo está en el mismo espectro comunicativo. Necesitan invertir en educación y en un asesoramiento que no solo les permita generar más views y likes de manera inmediata, sino comprender mejor las problemáticas actuales. Quizá no pidieron tener esa voz pública, pero ahora la tienen y va de por medio una responsabilidad que o aprenden a controlar o les seguirá generando conflictos a diferentes niveles.

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El fenómeno de los influencers ha crecido tanto en los últimos años que diferentes regulaciones sobre su figura están próximas a llegar. En Noruega, por ejemplo, ya es ilegal que los influencers no mencionen en sus publicaciones pagadas cuando la foto ha pasado por cierto proceso de edición (incluyendo filtros). Y en Alemania tienen que indicar públicamente cuando el contenido que comparten es publicidad pagada. En México, la organización Tec-Check busca promover una iniciativa de ley que regule la publicidad con influencers y creadores de contenido bajo la idea de proteger a la ciudadanía frente a la publicidad engañosa a partir de la transparencia. De conseguirlo, esto sería un primer paso en la regulación de contenidos que, lejos de clausurar la libertad de expresión, lo que se busca es un cobro de consciencia sobre la responsabilidad de lo que se enuncia.

El mundo de los negocios, que al final es donde se encuentran estos personajes, parece ser uno que rara vez se preocupa por el pensamiento ético. Sin embargo, ya va siendo tiempo de que pongan atención a esto. La indiferencia es la banalidad del mal.

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